miércoles, 29 de julio de 2015

Escoria

LA BAJEZA COMO DOCTRINA
¿Cuál es el sabor de la miseria? ¿Será un néctar adictivo que envilece las entrañas o habrá a quienes el amargo arañazo en la garganto los deshaga de placer?
Caminan entre sus escombros que es una de las formas más elegantes de arrastrarse, vomitan sobre las páginas maldiciendo el oficio que los cobija, denigran las palabras con su roce obsceno y son capaces de sacarle espinas a las nubes.
Orgullosos de ensuciar cualquier belleza, transitan la aurora en reuniones oscuras, pensando la próxima jugada de su ajedréz mediocre.
Retuercen la arcilla de aquello que sucede, recorren el pasado presurosos para modificarlo, enturbian los cristales de los que se asoman al futuro y el presente es un lago vizcoso que los ahoga.
Incómodos cuando el hoy se les demora y la arena de lo cierto se les escurre entre los dedos, desgarran las páginas de sus pasquines de fuego y arrojan su espíritu de mugre sobre toda la patria.
No soportan la alegría cuando es la de los otros, no pueden sostenerse en mitad de la gente, necesitan lo alto, lo lejano, lo ausente.
Periodistas, que se dicen, cuando simplemente mienten.
Los mueve el engranaje de la ambición insaciable y más que la ambición, el poder que los embriaga. Un poder de polvo que se les deshace y sin embargo creen que es todo el aire que les queda, lo que verdaderamente vale.
Enredados en una guerra sin fronteras ni estandartes - más allá del metal que los conmueve y que paga sus bajezas con el perdón de los cobardes - se mueven como sombras y murmuran al oído de los que han logrado entristecer con su prédica siniestra.
Son las voces del subsuelo de la vida, son el óxido en los ojos, las telarañas, el resíduo de todo lo que existe, el barro que pretende ser un cielo.
Desnudos en mitad de la tormenta arrojan sus golpes al vacío para detener el rayo que los quiebra, ese resplandor imperdonable que es el pueblo cuando llueve sobre las calles y las inunda. No pueden contra eso y se enfurecen, escupen su odio, lo hacen noticia temblando su soledad y su agonía.
Son espectadores asombrados, se atragantan con el color de las banderas, un celeste y blanco que les resulta ajeno como ese himno que les quema los labios.
La gente avanza y la mentira retrocede, cantan sus conquistas y los buitres enmudecen, ellos sólo tienen la isla de sus miedos, la dimensión circular de su esperanza.
La gente marcha feliz, sonríe, baila y se multiplica por dos en la mirada de los otros.
Contra eso no hay nada.
...alejandro ippolito...

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